jueves, 12 de mayo de 2011

Comentario de poema de Jaime Gil de Biedma

Por Francesc Poblador


Intento formular mi experiencia de la guerra:
Fueron, posiblemente,
los años más felices de mi vida, 
y no es extraño, puesto que a fin de cuentas 
no tenía los diez años.

Las víctimas más tristes de la guerra
los niños son, se dice. 
Pero también es cierto que es una bestia el niño:
si le perdona la brutalidad 
de los mayores, él sabe aprovecharla,
y vive más que nadie
en ese mundo demasiado simple, 
tan parecido al suyo.

Para empezar, la guerra
fue conocer los páramos con viento,
los sembrados de gleba pegajosa
y las tardes de azul, celestes y algo pálidas, 
con los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi amor por los inviernos mesetarios 
es una consecuencia
de que hubiera en España casi un millón de muertos.

A salvo de los pinares
-pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!-,
el miedo y el desorden de los primeros días
eran algo borroso, con esa irrealidad
de los momentos demasiado intensos.
Y Segovia parecía remota
como una gran ciudad, era ya casi el frente
-o por lo menos un lugar heroico,
un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo
que nos emocionaba visitar: la guerra
quedaba allí al alcance de los niños
tal y como la quieren.
A la vuelta, de paso por el puente Uñés,
buscábamos la arena removida
donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados.
Luego la lluvia los desenterró, 
los llevó río abajo.

Y me acuerdo también de una excursión a Coca,
que era el pueblo de al lado,
una de esas mañanas que la luz
es aún, en el aire, relámpago de escarcha, 
pero que anuncian ya la primavera.
Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen,
una nítida imagen de la felicidad
retratada en un cielo
hacia el que se apresura la torre de la iglesia,
entre un nimbo de pájaros.
Y los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran como promesas de otro tiempo mejor, 
nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo diez y seis. 
Qué niño no lo acepta?

Cuando por fin volvimos
a Barcelona, me quedó unos meses
la nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia 
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después, mucho después 
de que hubiera empezado la postguerra.

Este poema nos habla de cómo vivió Jaime Gil de Biedma la Guerra Civil durante su niñez, cómo veía él los pueblos y ciudades afectados por la guerra, “pintados” para hacer creer a los niños como él que la guerra es algo bueno. De hecho, el propio título del poema, “Intento formular mi experiencia de la guerra”, nos da una idea del tema del poema, la experiencia que tiene el poeta con la guerra.
Es este poema, Jaime Gil aparece dividido en dos personalidades: la adulta y la infantil siendo esta última la predominante en el poema. La adulta es la actual, y la infantil es solo su recuerdo.
Gil de Biedma nos dice que, aunque los niños suelen ser reconocidos como las víctimas más tristes de la guerra, esto no es realmente cierto, ya que ellos disfrutan “moldeando” el mundo en el que viven, ya que aprovechan la brutalidad de la guerra para divertirse, jugando a ser soldados por ejemplo, y sintiéndose mayores.
Además, los niños eran enseñados para hacerles ver una buena imagen de la guerra, o al menos intentarlo, ya que es difícil hacer ver una imagen buena de algo tan macabro. Durante este tiempo, él, como niño, disfrutaba.

No obstante, cuándo creció, se dio cuenta del engaño que había estado viviendo, y que él creía ver felicidad donde sólo había sufrimiento.
Nos hace ver la guerra des de los ojos de un niño, la cual pasa desapercibida ante ellos, y siguen en su mundo, creyendo lo que les hacen creer.
También hace ver que, aunque se diga que los niños no sufren la guerra, en realidad eso ocurre, ya que ellos crecen viviendo la mentira de que la guerra es algo que les beneficia, aunque no sea así, ya que, a medida que crecen, los niños se dan cuenta del engaño en el que han estado viviendo y se niegan a aceptar la verdad, hasta acabar resignándose, como le ocurrió al propio autor.


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